En Marzo 2020 llegó a España un virus. y se extendió por todo el globo. Nació en China, en una ciudad de la que pocos habían oído hablar, y los primeros rumores apuntaron a que un pangolín había mordido a un cliente en un mercadillo de barrio contagiándole, luego de habló de un murciélago, incluso de conspiración biogenética por imprudencia de gestión de un laboratorio secreto chino urdiendo un arma de guerra bacteriológica . Ello, como ocurre con el mantra del aleteo de «la mariposa y el huracán» provocó la primera gran pandemia mundial desde hace años, la llamada pandemia del COVID19, también conocida popularmente como del «Coronavirus». Mientras esto escribo estamos remontando en España, por Fases, tras más de tres meses, confinados en nuestros hogares por imperativo gubernamental, un proceso que está resultando entre duro y muy duro. Han sido tres meses de incertidumbre y de crisis , hemos pasado de un entorno de «gestión del riesgo» a «gestión de la incertidumbre» y gestión del crack. Y la realidad es que no se sabe demasiado de cómo afrontar éste y posibles próximos rebrotes de contagios futuros hasta que se dé con la Vacuna. Esta vez no ha sido un cisne negro, ha sido la gran bandada de cisnes negros la que ha llegado a nuestras vidas. Y este contexto me ha empujado, en un hueco de reflexión, a tomar de nuevo esta máquina virtual de escribir, para continuar con «los 7 hábitos» que hace dos años, cuando me invadía ilusión y sosiego para impulsar al compliance, comencé a escribir y publicar en esta sección. Por ello, en esta ventana por la que comienza de nuevo a verse la luz, continuamos con la serie de artículos para reflexionar sobre los hábitos que deben definir la forma de trabajar en cumplimiento normativo o “compliance” con el hábito que por orden, comenzaría con la tercera letra del acrónimo HÁBITOS.
B de Benevolencia
La “B”. B de Benevolencia: es quizá el hábito que estimo más humano y poderoso – por extraño – en el contexto del compliance, y quizá el más difícil de gestionar. Es más una virtud que una habilidad, y partiendo de la base de que se tiene o no se tiene, lo que es claro es que lo óptimo sería convertir esta cualidad en hábito, y el hábito en virtud.
Buscando una definición aceptable, antes de acudir a la RAE y comprobando que a la fecha la Wikipedia ni se atreve con el vocablo (curioso) podemos decir que la benevolencia es una cualidad del ser humano con la que demuestra en sociedad que es bueno con los que convives. Según su etimología, Benevolencia se compone de los términos “Bene” significa “Bueno” y “Voló” quiere decir “Querer”. Es decir que una persona que es «benevolente» quiere ser buena con los demás. Sus sentimientos, dictan que las acciones que tiene que tomar deben beneficiar a los demás, incluso si su bienestar se ve comprometido. Filosóficamente, la benevolencia es el valor que se le aporta a las acciones, este valor es positivo y es concebido para que todas las acciones a partir de esta, estén constituidas para hacer el bien.
La RAE por su parte es escueta. «Cualidad de benévolo. Que tiene buena voluntad o simpatía hacia las personas o sus obras». «Lo bueno si breve, dos veces bueno,» como dijo Quevedo. Y es que la frase de la RAE recoge en esencia lo que quiero transmitir de este hábito. Buena voluntad, hacia las personas o sus obras. Enfoque de vida interesante en alguien que quiera oficiar como compliance officer.
Viendo pues estas definiciones se hace quizá más relevante haber elegido este concepto para analizarlo. Pienso que el compliance como función, como he comentado en numerosas ocasiones en las conferencias que imparto, nació de la ineficacia de la auditoría interna como función o como departamento en las organizaciones. Tras décadas de haber ejercido en ambos ámbitos puedo dar fe que así es. Si bien hay excepciones, la realidad me ha mostrado que la auditoría interna ha sido y es, en gran medida, una función acomodada y quizá cobarde. No quiero ofender a nadie con mis pensamientos, pero pido a aquellos que desarrollan esa función que tengan un momento de reflexión. Y es que el problema que la función ha tenido en su historia lo catalogo en tres vertientes: 1) El desamparo de la función en muchos sectores donde tan sólo se recomienda su uso sin que sea imperativo. De ahí que muchas asociaciones de auditores internos hayan pasado años y años apelando a conseguir una regularización o institucionalización de la función, sin éxito hasta la fecha. Tan sólo en unos pocos sectores, como el bancario/financiero o el medioambiental lo han conseguido. Incluso en las compañías cotizadas muchas veces este apoyo institucional a la función es frágil. 2) La auditoría interna es una función confusa en su concepción. Desde sus primeros pasos, las organizaciones «usuarias» de la misma la han confundido con las actividades de los auditores externos, contables o estatutarios. Incluso estos últimos se han «aprovechado» de esta confusión o indefinición para utilizar recursos baratos «in house» en el desarrollo de sus trabajos en las empresas, a modo de remeros, para rebajar la factura del servicio anual que cobran a sus clientes, sin ningún tipo de rubor. 3) La auditoría debe centrarse en valorar la eficacia y eficiencia del sistema de control interno…y en muy pocas ocasiones lo consigue. Suele ser cobarde y auditar a aquellos departamentos más dóciles, huyendo de enfrentarse a los «departamentos más fuertes» o que parecen apadrinados por el CEO. Con ello solo consigue ser percibida como un coste y un mal endémico sin aporte de valor. Si apelamos al desarrollo primigenio de su concepción debería centrarse en auditar los departamentos más sensibles, claves o presuntamente ineficientes.
Por ello estimo que un auditor interno lo será solo con técnica, rigor y valentía.
El empoderamiento del Compliance
Los que hemos sido auditores y responsables de cumplimiento en las organizaciones hemos comprobado como esta segunda y más novedosa función «ha adelantado – literalmente – por la izquierda» a la función de auditoría interna en las organizaciones. Quizá después de los famosos y sonados escándalos de ENRON y similares, se puso en evidencia que la auditoría interna era más cosmética que real. Que no había (y creo que todavía es así) encontrado su lugar en el mundo. Y es que el Compliance ha venido a suplir un hueco abandonado por despiste por aquella. El compliance es la función que debe garantizar el cumplimiento de las leyes y normas, y saber exponer las consecuencias a los destinatarios de no hacerlo. Como siempre digo, el área de Marketing del Compliance es LA LEY. Nada como explicar a la alta dirección que «saltarse» las leyes lleva aparejada sanción, incluso penas de prisión en el caso del compliance penal. Con esta munición es claro que la fuerza del apoyo a la función está garantizado. Casi más por miedo que por convicción. Es por ello que quien asume el rol de responsable de cumplimiento en las organizaciones, debe ser riguroso. Pero debe ser humilde, modesto. Porque puede. Porque, al contrario que el auditor interno no necesita mostrar su musculatura, ya que le viene dada «de serie».
Por ello, y en clara contraposición a la función de auditoría interna, donde en este segundo caso, se precisa a la par que rigor, tener coraje y muchas veces tener que enseñar los dientes, en el caso del compliance apelo a la «benevolencia». Amigos y amigas del compliance, ya habéis nacido con el apoyo del ariete que supone la Ley. Sed certeros, precisos, rigurosos pero sed benevolentes con los «revisados». Nadie conoce todas las leyes y normas que le aplican a la perfección. Ni siquiera compliance es 100% preciso nunca. La función de compliance está allí para ayudar a ello. Por ello apelo a la tolerancia. Seamos como juncos: resistentes pero flexibles.
Propongo pues a la benevolencia como el tercer hábito del compliance eficiente. Al igual que he criticado en ésta y en otras ocasiones a la auditoría interna por falta de coraje, apelo a que el responsable de cumplimiento no sea soberbio. Es claro que si trabaja con rigor, la alta dirección le obedecerá, y por ello conviene no sobre actuar.
Es habitual comprobar en la función que personas de «talante blando» se empoderen de forma inmediata, creyéndose amparados por su alta dirección, y les afecte incluso en su personalidad creyéndose más que los demás. Valga como ejemplo el estudio psicológico que Milgram desarrolló sobre «obediencia debida» tras las inexplicables reacciones de los jerarcas nazis acusados en el juicio de Nuremberg, donde ninguno de ellos entendía por qué eran juzgados, por cumplir sus leyes, sus órdenes emanadas del dictador alemán. Mucho cuidado por tanto con no perder el norte amigos y amigas. Benevolencia.
Espero os haya interesado este tercer artículo y que podáis disfrutarlo, apoyarlo o discrepar. Nos vemos en el cuarto hábito, que comenzará con la letra «i»….preveo con el mismo mucho juego.